sábado, 25 de julio de 2009

Aquí están, éstos son

Por Mario Toer *
Pasados algunos días desde las elecciones muchas son las interpretaciones que se han venido conociendo y puede decirse que en buena medida coinciden en aspectos centrales. Es extendida la consideración de que la experiencia que venimos transitando es muy valiosa pero se careció de recursos para enfrentar al bloque dominante una vez que éste salió de su sorpresa y atonía y desplegó todo su potencial para detener la confluencia popular en ciernes. Las carencias pueden explicarse de diferente manera pero lo cierto es que nadie venía tallando como para contar con la experiencia y la sabiduría que la dureza de la confrontación requería.
Resulta unánime el destaque del papel de los medios como elemento articulador de la contraofensiva reaccionaria, llevada a cabo de manera impiadosa, rigurosa, contundente, desvergonzada y con notable pericia profesional. Quizá lo que cuesta un poco más asumir es que cuando se avanza, esos recursos van a operar de la manera que lo hicieron. Así viene ocurriendo en otras latitudes de nuestra América. Hoy por hoy ya son un dato de la realidad y continuarán con su sórdido despliegue. Para eso están. En cualquier caso, va quedando más claro que, si bien la inventiva de la cadena mediática es inconmensurable, es por demás naïf darles flancos que van a ser explotados hasta la extenuación. El cuidado y el ingenio para contrarrestar semejantes operativos merecen intensificarse. Podemos ser mucho más perseverantes y creativos y nunca debemos subestimar su capacidad para hacer daño.
Así las cosas, para retomar la iniciativa se requiere metabolizar la experiencia, aprender de los errores y comenzar a darle consistencia a todo aquello que nos faltó. Paradójicamente, uno de los saldos más ricos que quedaron de la campaña es una amplia militancia que no quiere bajar los brazos. Y aquí aparece la primera responsabilidad, con un buen número de liderazgos claves implicados, de arriba abajo. La demanda, el clamor apunta a constituir instancias, redes, que no dispersen esfuerzos y potencien las ganas de hacer sentir las propias fuerzas. Bien nos valdría aprender de nuestros hermanos uruguayos y constituir espacios donde las diferencias puedan procesarse sin que sean motivo de enemistades o pugnas por figuraciones de menor cuantía.
Todo parece indicar que NK ha comenzado a moverse en la perspectiva de reunir a quienes resultan inequívocamente confiables al interior del PJ con la intención de desplazar a los oportunistas de diverso pelaje y a quienes se ofrecen con escaso pudor para liderar el curso de la restauración reaccionaria. Puede que sea el camino más aconsejable para no regalar semejante estructura al campo contrario. Y que las internas abiertas contribuyan al debate y la construcción de fuerza propia. Puede suponerse también que serán posibles nexos más consistentes con quienes no pertenecen al PJ y quieren ser de la partida. Así nos lo expresó NK en la Asamblea de Carta Abierta. Pero esto no tiene que significar, más bien todo lo contrario, que este amplio espectro de variantes que no se reconocen parte del justicialismo se queden a la expectativa. Hoy urge convocar a una amplia confluencia de quienes no queremos ceder terreno, queremos cuidar lo que tenemos y seguir avanzando, tanto por arriba como en los ámbitos de trabajo y estudio. Mostrar que juntos podemos pretender que hay un mundo por ganar. Quedarán afuera los que, como lo enfatiza Emir Sader en su nota del 15/7, siguen aferrados al señalamiento del presunto cambalache donde supuestamente todo da igual y se empeñan en la mera crítica que termina siendo destructiva. Es de esperar que se sumen, en cambio, quienes como Sabbatella no dejan de recordarnos la necesidad de que nos afirmemos en el piso común desde donde partimos. Medidas indispensables que atiendan a los más necesitados habrán de requerir espaldas más anchas. Iniciativas que permitan revelar las diferencias entre los opositores requerirán miradas más perspicaces.
No son tiempos de lamentaciones ni angustias paralizantes. Sobran los tiempos peores en nuestra historia pasada. Nos hemos sincerado y nos conocemos mejor. Hace seis años no había nadie. Hoy podemos empezar a contar con uno de cada tres.
* Profesor titular de Sociología y Política Latinoamericana (UBA), secretario adjunto del gremio docente Feduba.

martes, 21 de julio de 2009

El triunfo de la virtualidad absoluta

Por José Pablo Feinmann
Hacia mediados de los noventa llamé a mi buen amigo Jean Baudrillard. Sabía que no andaba bien, pero todavía le quedaba una gran misión. Le correspondía a él. Yo había desarrollado una tesis sobre el poder de los medios para sujetar a los sujetos, que era una fórmula de Foucault. Pero el gran Michel no pudo tratar a fondo la cuestión del poder de los medios. Murió un poco abruptamente. Mi trabajo residía en demostrar que lo comunicacional era la revolución de la derecha, que no existía revolución que se le igualara en mucho tiempo. Miren, señores, hemos desarrollado un dispositivo tan poderoso que atraparemos sus conciencias en todos los terrenos posibles. En especial, los del entretenimiento.
Pero, ¡esto ya había ocurrido! La Revolución Comunicacional (vale decir: el poder del Imperio para mentir tan poderosamente que esa mentira era la verdad y se introducía en las subjetividades de los pasivos receptores como tal) había tenido un despegue increíble. ¡Tan espectacular, tan deslumbrante como un viaje a la Luna! Y fue el viaje a la Luna. La más grande patraña de la Historia. El que siga sosteniendo que no fue así, que no fue fraguado, que no fue virtualidad pura, creación del poder virtual, del arte del simulacro, del arte de “crear” la realidad, una realidad que no es real porque no tiene espesor, no es ontológica, no entenderá nada. Lo virtual no es el Ser. Es lo virtual. ¿Cómo un alma creativa puede resistirse a esta tesis? Que llegaron a la Luna en otro acto prometeico de la bendita modernidad no es más que otro cuento en la línea de la revolución industrial del siglo XIX, la máquina de vapor, el tren, el remington. No, esto es algo distinto, revolucionario. Lo sorprendente, lo que revela la nueva y renovada fuerza del poder, incluso su imaginación inagotable es... ¡que no fueron a la Luna! Hicieron así: llamaron a Werner von Braun, el sabio nacional socialista que estuvo a punto de ganar la guerra para Hitler, que alcanzó a tirar unas cuantas V2 sobre Londres pero los yanquis se le adelantaron con la atómica en Hiroshima. Pero no por eso olvidaron a Wernher. Lo llamaron: “Vea, von Braun, usted es muy inteligente y ahora necesitamos unirnos todos contra el nuevo enemigo del Occidente cristiano y democrático: los sucios rojos”, le dijo Henry Kissinger, que estuvo en todos los lados donde hubo que estar. El Mal es omnipresente. Kissinger continuó: “Usted sabe que los rojos nos infligieron una dura derrota con ese Sputnik que arrojaron al espacio. Para colmo, la tripulante, esa puta perrita Laika, murió y todo el mundo derramó lágrimas comunistas por ella”. “¿Qué necesitan ahora?, preguntó Wernher. “Sencillo: mandar el hombre a la Luna”, dijo Kissinger. “No es posible”, negó el gran von Braun. “Estuve trabajando en eso y por ahora es imposible. Pero no se desanime, amigo Kissinger.” Y largó una carcajada. “¿De qué se ríe?”, preguntó Kissinger. “Oh, de las vueltas de la vida”, confesó von Braun. “Aquí estamos usted y yo trabajando para una potencia extranjera. Usted, un sucio judío. Yo, un ario puro. De haberlo pescado en Alemania le hacía conocer Auschwitz, amigo Kissinger.” “Pero eso no ocurrió. Y entienda: América, para mí, no es una potencia extranjera. Es un país poblado por muchos e inteligentes judíos en puestos de poder.” “Oh, mister Kissinger. ‘Judío inteligente’ es un pleonasmo. No hay uno que no lo sea. Por eso los exterminábamos en Alemania. Se devoraban el país y los arios puros son medio idiotas, usted sabe. Ha leído a Nietzsche, sin duda.” “Volvamos a lo nuestro, Wernher von. De modo que no puede mandarnos ni un maldito astronauta a la Luna.” “Imposible por ahora. ¿Pero no es éste el país del show, del espectáculo, de la creación mediática? ¡Consígame a Stanley Kubrick!” Al día siguiente, Kubrick se reunía con von Braun. “Oye, Stanley, yo no puedo mandar todavía un hombre a la Luna y los malditos soviéticos siguen al frente en la carrera espacial. ¿Qué sugieres?” Kubrick, un genio con una enorme confianza en su genio, un genio que sabía que lo era, dice: “La solución es sencilla: hagamos una remake de 2001. Hagamos otra ‘odisea del espacio’. Pero en algún lugar secreto de California”. Llaman a Nixon. Nixon entiende de inmediato. Hombre inteligente, sólo acaso con un ultrapatológico “complejo de Dios” que le permitía arrojar millares de bombas sobre cientos de miles de seres humanos en nombre de la causa del Occidente cristiano, bien acompañado, por cierto, por Robert McNamara (cuya muerte durante estos días el entero mundo llora menos los millones que están bajo tierra gracias a su eficacia demoledora llevada a cabo con el aporte inestimable del patriótico asesino de masas Curtis Le May), Nixon respalda en todo al genial Stanley Kubrick y al inestimable von Braun. Viajan a California y llaman a todo el equipo de producción de 2001. En poco tiempo el set está construido. Es una obra maestra. Lo demás es sencillo. Eso hicieron: un simulacro perfecto. La primera obra maestra de la construcción de la realidad a partir de los medios. Todos vieron por televisión a Armstrong y sus amigos alunizar en un set de California. Nixon hablaba con ellos. “¿Cómo va todo, muchachos?” “Bien, señor presidente. Es maravilloso haber llegado a la Luna.” Nixon, que estaba junto a von Braun, a Kubrick y a McNamara –que había dejado por un instante de arrojar bombas incendiarias sobre Vietnam, bombas que mataban cien mil civiles por noche, una minucia—, se despanzurraba de risa. “¡Somos unos hijos de perra!”, exclamaba. “¡Tenemos engañados a todos los idiotas de este mundo!” Kubrick, exaltado, vociferaba: “¡Es el triunfo del show sobre la realidad! La realidad ha sido abolida. Ha muerto. No hay realidad. Sólo construcción de la realidad. Sólo show. Simulacro. Mentira. ¡Ya no hay ser! Las cosas ya no son. Son virtuales. Se ven por televisión y el entero mundo las cree”. Era tan brillante ese ególatra neurótico que se expresaba con los conceptos de Baudrillard antes de éste siquiera los hubiera pensado.
Por eso a mediados de los noventa llamé a mi amigo francés. Era él quien tendría que haber fundamentado la importancia de ese hecho: Del poderoso hecho de no-haber-ido-a-la-Luna. ¡Que libro para vos, Jean! El viaje a la Luna no ha tenido lugar. Armstrong no ha tenido lugar. Yo te conocía bien. Te leí atentamente. Fuiste el mejor de los posmodernos. El que dio en el clavo del nuevo poder absoluto. Te pusiste contento cuando te mandé mis primeras notas, que luego incluí en ese grueso libro de filosofía que ahora anda por ahí. ¿Recuerdas, Jean? Decía: “Según la Ontología Negativa de Baudrillard el Ser está en todas partes y en ninguna. No puede haber ontología de lo virtual (...) Al final de su largo periplo la razón occidental no es. Se ha evaporado. Es simulacro. Y el simulacro no tiene nada que ver con el Ser. El mundo está poblado, constituido por imágenes y las imágenes son el ‘mundo’. No hay ‘mundo’. El ‘mundo’ ha muerto. Porque el mundo era el mundo ‘real’. Y lo ‘real’ ha muerto” (La filosofía y el barro de la historia, Planeta, p. 720). ¿Cómo no aprovechaste este tema, Jean? Es el punto exacto en que se inaugura el mundo de lo virtual. En que se asesina la realidad. Eso que vos, en uno de tus mejores libros, llamaste El crimen perfecto. Bien, el llamado “viaje a la Luna” es el crimen perfecto. El crimen de la realidad. El crimen de la verdad. De una verdad, pero no de otra. El mundo queda inaugurado como mundo virtual. Como verdad virtual. Se ve por televisión.
Señores, ustedes no fueron a la Luna y eso me parece mucho más admirable que si mediocremente, realmente, sumidos en la tosca realidad-real hubieran ido. Pero no fueron. Crearon todo el gran relato. Demostraron que la entera humanidad puede ser engañada. Crearon la nueva era. La del poder de lo virtual mediático. Hoy vivimos inmersos en ese mundo. Y van a ver: el señor De Narváez (y perdón por esta recurrencia a nuestra exigua política nacional en medio de tanta genialidad desbocada) dará, en el año 2011, su discurso de final de campaña desde Saturno. Con traje de astronauta y en medio de llamaradas espectaculares. Superiores a las de Lo que el viento se llevó. Y todo lo habrán hecho los realizadores de Matrix en un set remoto, inhallable de la Patagonia. Y todos dirán: “Si este hombre pudo ir a Saturno, ¿cómo no va a sacar a la Argentina de su eterna postergación?” Entre tanto, millones de clones de De Narváez recorrerán el país hablando cálidamente con la gente, escuchando sus problemas. Y la gente dirá: “Este hombre está en todas partes. Escucha a todos. Entra en todos los hogares”. Y alguien, por fin, dirá la verdad: “Para mí, es Dios”. Y lo será. Porque el que se apodere de la nuevas tecnologías comunicacionales, será Dios.