martes, 31 de marzo de 2009

La quinta Carta

Restauración conservadora o profundización del cambio
Recorre la Argentina la fanfarria de una restauración conservadora, expresión de una derecha vieja y nueva. Con arrebatos cambiantes, a veces con estridencia, muchas veces en la penumbra, nerviosamente se preparan. Van de reunión en reunión, en una coreografía que se hace y rehace bajo la bitácora de semanales gacetilleros del gran desquite. Ventrílocuos, pronostican el próximo viraje.El fin de la pesadilla. No llegan a ser aún la Santa Alianza. Pero a falta de un Metternich, pululan políticos de diversas historias y procedencias, estilos comunicacionales aparentemente objetivos y representantes de economías facciosas que apuestan a recrear un Estado sin capacidad de pensar el conjunto de la Nación, cuando es necesario transformarlo en el sentido contrario, sacudiéndose sus modos neoliberales y su debilidad institucional. Los restauradores exudan el deseo de recuperar los fastos de la Argentina del primer centenario, aquella en la que la mitología agroganadera representaba los fundamentos de la Nación. Sus narrativas del presente se inspiran en las injusticias y desigualdades del pasado.Ellos realizan sus rápidos cálculos de reposición del viejo orden. Alegan pureza institucional, pero se han abstenido de hacer gala de ella cada vez que les tocó actuar en tareas de responsabilidad. Esgrimen que se han superado los límites tolerables en materia de seguridad, pero en vez de pensar los abismos sociales que sólo se remedian con políticas democráticas y con el desafío aún pendiente de una nueva distribución del ingreso, expanden un miedo difuso preparando futuras agencias y formas regresivas de control poblacional.Vigilar y castigar parecen ser sus recursos privilegiados, el núcleo primero y último de la brutal simplificación de la anomia que subyace a una sociedad desquiciada por la implantación, desde los años de la dictadura videlista, de un proyecto de país fundado en la exclusión, la marginalidad y la miseria creciente de aquellos mismos que acabarán convertidos en carne de prisión o de gatillo fácil.Si es el caso, no vacilan en aceptar pigmentos de “izquierda” para presentar un proyecto que pertenece a las fantasías recónditas de una nueva derecha mundial.Desenfadados, anuncian que todo lo que harán no será contradictorio con la asunción de “la política de derechos humanos”. El neo-conservadorismo argentino ha aprendido a no ser literal como sus ancestros. Puede ser también, si lo apuran, un “progresismo de derecha”, imbuido de los miles de fragmentos sueltos que vagan por los lenguajes políticos. Todo vale. Pueden tomar las premisas de una lengua que hace poco pertenecía a los movimientos sociales de transformación.O pueden sonreír por lo bajo pues alguien sustituyéndolos reclamará magnas puniciones y pronunciará el supremo veredicto: “pena de muerte”. Será la forma sublimada de indicar el rumbo de la reingeniería de una “sociedad turbada”, una Argentina que reclamaría la pastoral de la seguridad, que en vez de considerarse un grave problema que debe convocar imaginativas soluciones económicas, democráticas, laborales y pedagógicas, es visto como una peste medieval que exige periódicos exorcismos de punitivas sacerdotisas y ávidos prelados.Junto a la complicidad con quienes exigen un cadalso público como forma de una nueva razón disciplinadora, los mundos políticos de la restauración conservadora extienden bruscamente ante sí el descuartizado mapa de las ideologías argentinas. Unos buscando “patas peronistas”, otros “patas liberales” y otros “patas radicales” para lo que creen que son sus baches a ser rellenados con cuadrillas políticas nocturnas de urgencia. Confunden política con pavimentación. Se entrecruzan en el complaciente intercambio de figuritas sobre el vacío que se atribuyen a sí mismos. Comienzan por reconocerse carentes, vivir en el socavón de su propia escasez. No sorprende que la decadencia de las grandes ideas de cambio social haya traído aparejada la decadencia del lenguaje político.Las viejas corrientes políticas, que supieron ser corrientes de ideas, son ahora partes de un pensamiento rápido, aleatorio, que se arrastra por el piso como un mueble que desgastó sus soportes. La nueva derecha, forjada en los lenguajes massmediáticos, carece de escrúpulos a la hora de arrojar por la borda ideas y principios o de adherirse a los restos tumefactos de tradiciones antagónicas; lo único que le importa es conquistar, por la vía de la simplificación y el vaciamiento ideológico, a una ciudadanía apresada en las matrices heredadas de los noventa menemistas. Pretenden organizar las filas del individualismo atemorizado pero si triunfan no gobernarán como estrategas de la concordia social sino como artífices de una implacable revancha represiva.Los representantes de la restauración han memorizado así archisabidos preceptos, míseras cartillas para refundar el Orden Conservador, pero se sienten vivados por los abstractos públicos presentados como momentánea platea popular sustituta. Saben que actúan en medio de poblaciones estremecidas por los diversos planos de una crisis civilizatoria de la que dicen no tiene conclusión visible, pero la suelen ver como parte de un oscuro deseo de que esa crisis llegue pronto a la Argentina como “gran electora catastrófica”.La crisis mundial sería la prestidigitadora de una devastación. Desarticularía previsiones, refutaría políticas públicas y esparciría desempleo, inestabilidad o pánico. Y les daría votos. La conciencia invisible del conservador se mueve en todos los rubros de la lengua movilizadora, pues sabe que hay un público difuso extendido en todo el país que lo escucha y que proviene de muchos legados políticos destrozados. Se parte del anhelo de que la crisis venga ya. Que irrumpa por fin esa crisis mundial y derrote a los esfuerzos que se hacen por conjurarla, a veces buenos, otras improvisados sobre el vértigo que la crisis impone, no siempre efectivos.En el inconciente colectivo de la restauración se halla emplazado el pensamiento de que la “llegada visible de la crisis” equivaldría a una admonición mesiánica que se encargaría de derrotar a los frágiles gobiernos a martillazos del Dow Jones y drásticos patrullajes del Nasdaq. Ninguna conciencia parecen tener de que esas catástrofes en el centro del mundo se han llevado consigo los paradigmas sobre los que construyeron sus capitales político-intelectuales. Más que paradigmas, son sofismas que no cesan de repetir a despecho de las evidencias. Eluden dar cuenta de la gravedad mundial de la crisis para menoscabar las medidas que atenúan sus ondas expansivas más duras. No se atreven a reconocer que la demora y cierta “suavidad” relativa de la crisis en Argentina se vincula con las políticas gubernamentales de moderada desconexión de las lógicas financieras del capitalismo contemporáneo. Los restauradores repiten sus axiomas ya fallidos y no trepidan en solicitar el fin de la desconexión: volver al seno del FMI es ya una consigna de batalla.Los líderes del "partido del orden", mientras aguardan el auxilio de la crisis, no pueden atravesar ciertos dilemas de parroquia: ¿qué representación política dará finalmente el nuevo bloque agrario que trae la sorprendente fusión en las consignas de los agronegocios de los sectores que antaño se diferenciaban por distintos tipos de actividad agropecuaria? Una nueva soldadura material y simbólica ha ocurrido frente a las nuevas características tecnológicas y empresariales de la explotación de la tierra sobre el trasfondo de ganancias inesperadas. Se trata de un bloque “enlazado” que, bajo un débil manto de republicanismo, se propone la cruzada restauradora y para hacerlo declara vetustos a los desvencijados partidos remanentes, exige una derechización social y pone en crisis también a las tradicionales representaciones del sector..Los restauradores anuncian que están frente a una impostura histórica pero llaman impostura a novedades introducidas por un juego democrático que sin duda es desprolijo pero vital; anuncian que están frente a manifestaciones de locura y tilinguería, pero no se privan de reclutar en sus filas a toda clase de comediantes que postulan el regreso a una normalidad administrada desde antiguos retablos ajustistas. Anuncian también que están frente a un gobierno errático, peligrosamente estatista –si son liberales-, e insensible a lo social –si asumen aires ocasionales de izquierda. La impostura de la que acusan al gobierno atraviesa de lado a lado su lenguaje, en especial cuando recurren a antiguas y venerables simbologías populares en nombre de intereses antagónicos de esas tradiciones.Este tema es necesario recorrerlo claramente. El gobierno se halla en medio de una tormenta social y política –local e internacional- acerca de la cual, tanto como no se puede aceptar que la haya provocado en lo que tiene de incierta, tampoco es posible dejar de ver en sus medidas más atrevidas el origen de las hirientes esquirlas que recibe como respuesta y debe afrontar. Estas medidas ya se conocen, y van desde los primeros gestos en relación a fuertes reparaciones simbólicas que desataron nudos asfixiantes de la historia hasta el pasaje de las existencias de las AFJP al patrimonio público bajo administración estatal o el profundo y necesario proyecto de ley de medios audiovisuales, sin dejar en un segundo plano la recuperación de una perspectiva latinoamericana que abandonó el paradigma de las “relaciones carnales” para encontrarse con irredentas pertenencias histórico-culturales.Con sus diferencias y particularidades, los procesos boliviano, venezolano, brasileño, ecuatoriano, cubano, uruguayo, chileno, paraguayo, nicaragüense, salvadoreño, no nos dejan pensar que esta hora latinoamericana va a ceder su horizonte de realizaciones ante la agresión mancomunada de las nigromantes y los hechiceros del retroceso. Y sabemos que la difícil encrucijada económica y social no puede sortearse sin la composición de tramas políticas, económicas y culturales de alcance regional.El ciclo abierto en el 2003, no sin titubeos, produjo una diferencia con las formas de gobernabilidad anteriores, diferencia surgida de la lectura de los acontecimientos de 2001, cuando el protagonismo popular sancionó el fin de aquellas formas. Diferencia que se percibe en sus intentos democratizadores (que van desde la modificación virtuosa de la Corte Suprema hasta la afirmación de una política de derechos humanos que retoma los reclamos de los grupos organizados por su defensa), en el tipo de encuentro que propició con los movimientos sociales (entrecruzamiento de diálogos y no de medidas represivas), en el planteo de núcleos centrales para una sociedad justa (desde la enunciación de una pendiente redistribución del ingreso hasta la extensión de los derechos jubilatorios y la reposición de la movilidad de los haberes), desde la innovación en políticas de defensa hasta la decisión de no rendir ante el altar de la crisis los sacrificios tradicionales del trabajo y del salario.Se conocen también sus deficiencias. Existe un gran contraste entre acciones innovadoras en campos sensibles de la vida social y apoyaturas que arrastran estilos rígidos, no decididamente democráticos, de organización política. Nos referimos a una escasa renovación en los sostenes oficiales del gobierno, cuando no a un chato horizonte de conveniencias sectoriales –encarnadas por lo general en porciones extensas del Partido Justicialista- y específicamente en el profundo error que se comete con alianzas como las de Catamarca, donde se marchó junto a la figura que gobernaba la provincia cuando sacudía al país el caso María Soledad y con las huestes de un confeso ladrón.También lo que implica la cercanía con Aldo Rico en San Miguel, para mencionar sólo los casos que más hieren. No sólo por lo que componen, también por la ausencia que revelan de otra construcción política capaz de efectuar una interpelación popular, convocar a los hombres y mujeres, a los trabajadores, a los desocupados, a los que estudian y los que crean, a apoyar y expandir una diferencia que efectivamente existe en ciertos actos y se opaca en la rutina de las antiguallas partidarias. No es casual que en las entretelas de estas alianzas de ocasión con personajes sin moral y sin conciencia, que han navegado los últimos veinte años de vida política, haya tomado cuerpo la “idea” de una “salida ordenada” del kirchnerismo, manejando figuras como el cáustico sojero fórmula 1.Esa salida –engalanada con prefijo post- dejaría al pueblo como rehén. Se trata, en realidad, de la restauración conservadora con la misma soja al cuello pero con Hugo del Carril en la vitrola. El gobierno se recuesta sobre una estructura partidaria que parece garantizarle un piso electoral imprescindible, sin transitar por sendas en las que se podría vislumbrar un horizonte distinto. Comprender la carencia no significa aceptar la solución como la única posible. Es, más bien, anticipar los costos a pagar.Son temas que es necesario revisar. La dignidad de un proyecto social de cambios requiere que sus apoyos surjan convencidamente de llamados a las vertientes sociales, productivas y culturales que esperan participar en un movimiento que pueda gobernar en medio de desafíos fundamentales y vencerlos innovadoramente.Ese llamado aún no ha ocurrido aunque, como debe brotar de los pliegues críticos de la sociedad, es necesario encontrar en la sociedad civil el lenguaje y los argumentos para concretarlo. Un lenguaje sensible a una sociedad que se ha transformado y cuyas disidencias internas, sus polémicas públicas, no pueden ser explicadas sólo con la cartilla de las anteriores lecturas nacional-populares.El desafío es apropiarse de aquellas lecturas pero entramadas en una nueva y compleja realidad; de reencontrarse con los afluentes de una memoria de la justicia y la igualdad en el contexto de inéditos saltos al vacío del capitalismo actual. Es bajo esta perspectiva que reconocemos la trascendencia de lo abierto en mayo del 2003 y que no olvidamos las enormes dificultades que existían y que todavía persisten para construir un proyecto democrático y popular. Algunas izquierdas, como lo han hecho repetidamente, no atinan a dar cuenta de la singularidad de los acontecimientos.Es hora de entrelazar miradas, perspectivas, tradiciones y biografías diversas que comparten el ideal emancipatorio, intuyendo que la hora argentina reclama una fuerte toma de partido que sea capaz de enfrentar la restauración conservadora.No queda mucho tiempo para ello. Pero reconocer las dificultades no implica bajar los brazos. Las consecuencias de un triunfo de la coalición conservadora pueden ser graves, pero este documento quiere ser de esperanza y de reagrupamiento en la lucha. Veamos: en la Ciudad de Buenos Aires está en curso una experiencia. La gobierna una derecha que con remozada gestualidad despliega destructivos ataques a las instituciones públicas de la ciudad, rastrilla las calles con anteojeras represivas y no desdeña ocasión de borrar aquello que otros pensamientos políticos habían inscripto en la vida estatal. Gobierna esa derecha por su capacidad de seducir a un electorado dispuesto al festejo de fórmulas abstractas que (ilusoriamente) resolverían problemas complejos. Pero el progresismo porteño aún merece una revisión crítica y el gobierno nacional el cuestionamiento de su escasa reflexión sobre la peculiar sensibilidad cultural y política de la ciudad. Cuando algo permanece intratado, cuando no se lo considera en su especificidad, es arrojado a un trato consignista, abstracto, reactivo. Campo fértil para las derechas, con sus maniqueísmos excluyentes.Por eso, se arriesga demasiado cuando se trata con categorías deseñosas a una ciudadanía que puede ser complaciente y superficial, pero en ocasiones, además, díscola y crítica. También el riesgo es altísimo cuando se renuncia a considerar ciertos temas, como el de seguridad, por lo que arrastran de amenaza. Las grandes ciudades argentinas, escenarios y protagonistas de luchas emblemáticas de la historia nacional (desde las huelgas de la Semana Trágica o la Reforma universitaria hasta el Cordobazo; desde el 17 de octubre o la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre hasta las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001), esas mismas ciudades han sido permeables al discurso neoliberal. Pero las ciudades anteriores persisten.Tradiciones culturales y memorias comunitarias subyacen a la espera de una invocación política que las reavive y contenga. Nadie es dueño de la conciencia de los millones que viven, sueñan y despotrican en estas urbes. La crisis puede ser oportunidad de reabrir esa historia y para considerar los núcleos potentes de las luchas urbanas actuales: la confrontación contra la precarización del trabajo y el desempleo, el enfrentamiento contra las añejas pero actualizadas formas de opresión a las mujeres, para nombrar sólo algunas. No damos por perdida esa apuesta por arrebatar las ciudades de sus cautiverios mediáticos y sus temblores restauradores.Cuestiones vitales como el modelo energético, el régimen de entidades financieras, el transporte ferroviario y fluvial, la explotación minera, requieren formas de desarrollo viables que no acepten fáciles composiciones con empresas transnacionales que no tienen hipótesis de preservación ambiental ni se componen con un modelo económico nacional autónomo. Es necesario actuar con criterios eficaces en torno a crear opciones económicas democráticas, donde un pragmatismo inmediatista no sustituya un proyecto más profundo de economía distributiva, proteccionismo democrático, urbanismo integrador e inclusivo y ordenamientos normativos que impidan la rapiña de recursos. Esto requeriría de instituciones estatales con capacidad de desplegar políticas públicas, con efectiva llegada a todo el territorio nacional. Pero sabemos que, si entre los méritos del ciclo abierto en el 2003 está el de resituar la importancia del Estado, también es claro que el realmente existente no está a la altura de esa relevancia.Se han desplegado, sin embargo, considerables apoyos a los compromisos científicos sustantivos, expandiendo la investigación, los presupuestos a ella destinados e incentivando la innovación intelectual en la vida social productiva. En este mismo itinerario, queda pendiente la renovación de las fuentes de la reflexión crítica sobre estas materias, sin esquematismos ni fervores momentáneos que demoren el encuentro de los grandes núcleos de acción intelectual creativa en torno a la ciencia, el arte, el urbanismo, los medios de comunicación, el lenguaje, el diseño y las tecnologías. La creación del Ministerio de Cultura de la Nación, capaz de articularse con el de Ciencia y Tecnología, permitiría pensar la inteligencia y la creatividad sociales en conjunto, no como secciones estancas de acciones nómadas.Por todo esto, llamamos a ejercer el derecho de crítica autónoma dentro de un gran campo de apoyo a los aspectos realizativos que ha encarnado el gobierno nacional. El momento lo reclama. No somos partisanos de una axiomática y binaria contradicción fundamental, aún cuando reconozcamos que las situaciones críticas conllevan, a nuestro pesar, un borramiento de matices. Debe haber distintas variantes y situaciones para los pensamientos críticos.Pero tampoco el gobierno es ese manojo irreversible de contradicciones obtusas que a diario nos propone la vasta maquinaria mediática que lo envía al patíbulo en miles de minutos diarios de televisión, acudiendo a las doctrinas ubicuas del escándalo y el odio, en uno de los momentos más graves de irracionalismo asustadizo y de no tan encubiertos racismos que haya vivido la sociedad argentina contemporánea. Esa ofensiva de una derecha agromediática que no deja nada por tocar ni ensuciar, que corta rutas y agita conspiraciones, nos persuade de la decisiva importancia que adquiere no solamente la defensa de la legitimidad democrática sino, más hondo y grave, del decisivo entrelazamiento de un proyecto popular con el destino del gobierno. Desatar el nudo que une ambas perspectivas constituye un error cuyo costo puede ser desmesuradamente elevado; imaginar que la caída de lo inaugurado en el 2003 puede ensanchar el horizonte popular y nacional es no sólo una gigantesca quimera sino una perturbadora irresponsabilidad histórica de los que todavía no comprenden el carácter y la dimensión del peligro restaurador.La restauración tiene sus antenas y tentáculos preparados para aprovechar los deficientes reconocimientos mutuos que hemos tenido entre aquellos que en el pasado compartimos horas decisivas para constituir una fuerza popular transformadora desde distintas vertientes de la historia argentina. Llamamos entonces a que consideren favorablemente estas ideas, precisamente los compañeros de las izquierdas, de las corrientes nacional-populares, de los libertarismos, de los autonomismos y de los socialismos.Es imprescindible que sigan realizando observaciones críticas a las que siempre les otorgamos credibilidad, pero también les proponemos que las integren a un seno común aunque heterogéneo de opiniones situado ante la urgencia de oponerse a la restauración conservadora. Pero no menos imprescindible es que se constituya una gran fuerza autónoma que recorra las diversas experiencias de transformación social y las devuelva a la esfera pública de un modo movilizador, renovado y creíble. Allí radica una de las apuestas sin la que resulta casi inimaginable la profundización popular de un proyecto democrático que vino a renovar las lenguas políticas en un tiempo dominado por las clausuras y las desesperanzas.Llamamos a actuar contra la restauración conservadora de un modo creativo, inhibiendo su diseminación con argumentos sutiles y masivos, que pongan en evidencia su auténtica impostura, su anacronismo y la amenaza que suponen a cualquier forma de redención social, defendiendo los aspectos progresivos de la actual situación y haciendo explícitas las reservas, a modo de un necesario reencaminamiento de las acciones políticas populares. Llamamos a no dejarnos sorprender por el clima de desprecio que crean los operadores de una crisis anunciada, que es el ensueño de las viejas fuerzas del Orden con pañuelito de seda al cuello, gozando ahora de la masividad mediática con que instalaron el partido del miedo.Llamamos a retirarnos de la quietud y a no quedar atados al comprensible malestar por los enredos que poseen muchos de los recorridos políticos de la hora. Porque la aparente claridad de los restauradores traerá al país los capítulos ya conocidos de la pasividad cívica, el descompromiso con el trabajo colectivo, la mediocridad política y el predominio de los círculos áulicos que operan en el servicialismo a los más oscuros poderes imperiales, cuyo resultado previsible es la multiplicación de la desigualdad, su marca más auténtica.En estos meses, se desplegará una contienda electoral que tendrá mucho de plebiscito respecto de las políticas gubernamentales, que en algunos casos presentan deficiencias pero que configuran acciones reparatorias para una sociedad dañada. Las rutinas electorales –con sus desfiles de espantajos y sus diatribas mutuas- serían insufladas de otro entusiasmo si se las dota de un carácter programático. De un programa en el que la defensa de los humanos, la consideración de la seguridad sin reduccionismos represivos, políticas de retención de las rentas extraordinarias, estrategias de apoyo a la producción, proyectos educativos que promuevan sujetos autónomos e inclusión social, políticas de salud enraizadas en las vastas necesidades populares, la profundización de la integración regional, la preservación ambiental (incluidos los glaciares) no puedan ser expurgados ni menoscabados. Por otro lado, también se estará debatiendo una de las más radicales medidas de distribución cultural: una ley que impulsa la democratización del sistema de medios de comunicación. El proyecto, surgido de intercambios y consultas, estará recorriendo los vericuetos del debate en la sociedad civil antes de su trato parlamentario. No serán, no son, tiempos fáciles, portan una nitidez casi dolorosa y exigen renovadas pasiones. Muestran que no hay para el pueblo argentino “salida ordenada” contra la restauración conservadora. ¡Profundicemos los cambios! Ese es nuestro llamado.
CARTA ABIERTA marzo de 2009

viernes, 20 de marzo de 2009

De fiascos mediáticos y oportunidades históricas

Por Daniel Calabrese
Hace mas de 70 años el actor y director de Cine Orson Wells dramatizaba en un radio teatro una obra de su homónimo H G Wells, “La guerra de los mundos”.
Una supuesta invasión extraterrestre potenciada por un nuevo dispositivo de comunicación implicó que la audiencia no distinguiera entre el verosímil y la realidad y saliera a las calles en algunos casos aterrada y en otros casos armada para enfrentar marcianos.
Los que hemos pasado por las carreras de comunicación sabemos que dicho acontecimiento fue estudiado como uno de los casos emblemáticos para observar el alcance de los medios masivos de comunicación que irrumpían a principios del siglo 20.
Muchos años han pasado desde esos primeros estudios sobre los “mass media”. Términos como manipulación, resignificación, teorías y escuelas diversas, han intentado comprender desde diversas miradas la problemática de la comunicación y su incidencia determinante en las sociedades modernas.

El fenómeno desatado por la dramatización radial de la novela “la guerra de los mundos” me hizo pensar que quizá dentro de unos años se analice en las facultades de comunicación de nuestro país el fracaso de una movilización que estaba pensada para ser demostración masiva de repudio y hastío ciudadano.
Ayer en la marcha en contra de la “inseguridad”, unas cinco mil personas incluyendo falsos ingenieros e impresentables miembros de la farándula vernácula, fueron el paupérrimo resultado de un fenomenal esfuerzo de manipulación llevada a cabo desde los grandes medios masivos, y acompañados por el uso intensivo de nuevos soportes como el email y los sms.

No bastó la manipulación de acontecimientos, la sistemática creación de “sensaciones”, el ocultamiento de toda información seria basada en estudios comprobables, para lograr que miles de televidentes salieran aterrados a enfrentar a nuevos “marcianos en platos voladores”.
Lo que ocurrió ayer, será seguramente estudiado con mas tiempo por investigadores de la comunicación pero me animo a conjeturar que la plaza vacía de las multitudes esperadas, es un ejemplo más de que donde hay poder hay resistencia, que donde hay intento de manipulación hay posibilidad de desarticulación, de desmontaje de dicho proceso.
“Algo” pasó en la “instancia” de recepción que impidió que el formidable dispositivo comunicacional que intentó imponer una convocatoria que debería haber sido masiva, sencillamente no prosperó.
Este dato debería ser seriamente leido por todos aquellos que desde distintos lugares deseamos contribuir a una comunicación democrática al servicio del pueblo y que interpele a los individuos promoviendo su capacidad de reflexión.



Posibles lecturas en vistas de lo que se viene.

Nuestro pueblo aun sometido a la mas feroz e infame de las campañas, demostró que es capaz de resistir, demanda si, tener las herramientas básicas para que sometido a intentos de manipulación cotidianos, cuente con los elementos para discernir, confrontar y desmontar operaciones mediáticas.
El periodo de dos meses de debate que se abre para discutir el anteproyecto de ley de servicios de comunicaciones audiovisuales presentado ayer por CFK es una formidable oportunidad para llegar con talleres, encuentros , debates y mesas de esclarecimiento no tan solo informando acerca de la nueva ley , sino también y acompañando la información sobre los alcances de la misma, brindándoles a los ciudadanos contenidos que le permitan abrir interrogantes básicos sobre la supuesta inocencia de los paladines de la información "independiente."
Modos de adjetivación, modos básicos de cómo se construye la imagen , lo que se dice y lo que no, lo que se pregunta y lo que no se pregunta, por exponer solo algunos tópicos sobre lo que en el plano de los contenidos se pueden llegar a elaborar futuros materiales y acciones de trabajo. Ayudar al debate y la comprensión de la trama comunicacional, también significa entender que los fenómenos de la comunicación desbordan a los medios. Salir a la calle, salir a los espacios públicos demostrarle a ese ciudadano que no esta solo frente al discurso de los medios debe ser el modo de encarar algunas tareas futuras.

Ayer fue un día histórico por diversos motivos para todos aquellos que sostenemos desde hace tiempo que la posibilidad de construcción de sociedades mas justas, esta ligada a la democratización de sus comunicaciones.
En la histórica plaza de las madres y del pueblo, se transmitía en cadena el fracaso de una operación mediática digna de futuros análisis comunicacionales. A cincuenta kilómetros , deliberadamente omitida por los mismas empresas de medios, una presidenta de la nación daba inicio con un emotivo discurso a la oportunidad de darnos entre todos la herramienta que por fin brinde el derecho a la información.
"Si ustedes me dijeran qué espero como resultado de esta ley, diría que cada uno aprenda a pensar y decida por sí mismo y no como le marcan desde una radio o desde un canal de televisión.” Así finalizaba la presidenta de los argentinos un discurso y abría un sueño que entre todos deberíamos procurar convertir en realidad. Vaya hermosa utopía tenemos por delante.

martes, 3 de marzo de 2009

Entre la restauración conservadora y el deseo de una democracia corporativa

Por Ricardo Foster
1 El escenario es elocuente, los actores ocupan sus lugares y despliegan con justeza sus respectivos papeles. Al levantarse el telón lo que antes podía quedar supeditado a la imaginación del espectador se vuelve pura evidencia; no hace falta vestuario ni maquillaje porque cada quien actúa de sí mismo. No hay ocultamientos ni falsas máscaras; las voces, sus tonalidades, se corresponden con las ideas de sus expresivos portadores que sabiéndose observados se deleitan imaginando que, ahora sí, ellos son el poder y lo son de una manera como no se había vuelto a ver desde las épocas de la Argentina del Centenario, aquella Nación construida por los dueños de la tierra que se emocionaba ante la llegada de la infanta Isabel y que se aprovechaba de la abundancia exuberante de estas pampas bendecidas por Dios, mientras los otros, los pobres de ayer y de hoy, permanecían y permanecen como figuras borrosas e insustanciales de una historia siempre escrita por la pluma de los poderosos. La prodigalidad de la Pampa húmeda alcanzó a unos pocos, esos mismos que harían lo imposible para acallar los reclamos de justicia y equidad de los humillados y explotados; dueños de la tierra que se encargarían de escribir su propia versión de la historia, una versión que vuelve a emerger, aunque algo gastada y desvencijada, para convertirse en la escritura de una nueva derecha (sofisticada por los lenguajes de la corporación mediática y las formas inéditas de construcción de la opinión pública) dispuesta a recuperar los oropeles perdidos.
El Congreso de la Nación, obra diseñada en aquellos tiempos conservadores y oligarcas, se convirtió, por esas cosas de la política y del espectáculo que ofrecen los medios de comunicación, en el escenario majestuoso para que los herederos de la Sociedad Rural, algo plebeyizados por la participación de los restos travestidos de la Federación Agraria, se unieran en un coro estupendo en su afinación destituyente con una oposición que ya no sabe qué más hacer para llamar la atención y para expresar su entrega absoluta al proyecto de un país agromediático, formulado desde la convicción de que los destinos de la patria deben volver a ser conducidos por sus verdaderos señores, aquellos que nos ofrecen sus riquezas, las de la pródiga tierra, como si fueran generosos portadores de un bien dispuesto a ser repartido entre todos los habitantes de estas geografías sureñas.
Una alianza franca, sin mediaciones ni ocultamientos; nada queda velado cuando hablan y manifiestan sus deseos, urgentes, de ser ellos los encargados de gobernar. Están, eso sí, algo apurados, su ansiedad denuncia la desprolijidad con la que suelen pensar la democracia, los derechos legítimos, el voto popular y todo aquello que es válido siempre y cuando sirva a sus intereses. Como los patrones de estancia toman posesión de sus propiedades y exigen que se los escuche. Mientras tanto, unos advenedizos hacen de las suyas tomando decisiones que alteran los nervios de quienes siempre se acostumbraron a ser los dueños de la última palabra. Extraña escena en la que se mezclan propietarios y gerentes, miembros conspicuos de intereses corporativos y dirigentes partidarios que se ofrecen como los mejores administradores de tanta riqueza.
Una democracia corporativa que nos muestra la imagen cierta de una restauración conservadora encabezada por la gauchocracia y sus aliados. Una democracia sustentada en la propiedad de la tierra, en su renta extraordinaria y en la convicción de una sociedad que debe girar, en su conjunto, alrededor de las riquezas agroganaderas, aquellas que, desde que la patria es patria, han sido, así lo hemos escuchado infinidad de veces desde nuestra más tierna infancia, la base de nuestro éxito y de nuestro desarrollo. Un país construido desde el verde océano de soja capaz de garantizar que regresemos al lugar al que la generación del ‘80 nos condujo cuando éramos un país agroexportador, el granero del mundo, y no teníamos que preocuparnos por los derechos sociales, por los sindicatos, por la desigualdad ni por la pobreza porque esos eran ideologismos importados que nada tenían que ver con nuestro ser nacional. Una democracia de propietarios que se ven a ellos mismos como los verdaderos ciudadanos mientras que definen a los otros, a los que debieran permanecer invisibles, como carne de cañón del clientelismo populista, ese que intentó y sigue intentando con diferentes medios entorpecer nuestra marcha hacia la grandeza. Un populismo que se desespera por confiscar la riqueza genuinamente generada por aquellos que representan, entre nosotros, la esencia del trabajo y de la honestidad, aquella que desde los lejanos tiempos de Hesíodo nos cuenta, en tono elegíaco, que la bondad y la transparencia habitan en el campo, son la marca de los antiguos pastores, mientras que en las ciudades, vil descendencia cainita, lo que crece es la inmoralidad y la corrupción, en especial aquella que viene de la mano de la bestia negra de la época y que busca apropiarse del esfuerzo de nuestros “pastores y agricultores”, de esos que se ven a sí mismos como los fundadores de la patria, pilar insustituible de la Nación. ¿Será a ellos a los que se refería el poeta de la Hélade? ¿Tan confundidos estamos que ya no somos capaces de diferenciar a un honesto campesino de un gran propietario, a un pequeño y trabajador chacarero de un estanciero o, más grave todavía, a un jornalero de su patrón?
2 Asistimos no al drama de la historia sino, y no por desmerecer al género que también tiene prosapia griega, a la comedia, a la puesta en escena de un guión que ya conocemos y que viene a reintroducir los argumentos avejentados, insólitos por inactuales, de aquellos dueños de la tierra que un día fueron los dueños de hacienda y de hombres, de ríos y de valles, de pobres y de bosques, de soldados que los defendían y de curas que los bendecían e, incluso, como ahora, de partidos políticos que se desviven por expresar sus intereses. Los asalta la nostalgia de aquellos días gloriosos y sueñan con recobrar, en el presente, el lugar que les corresponde como artífices de la patria, como incansables chacareros que, de sol a sol, de surco a surco, van regando con su sudor y su trabajo las diversas geografías argentinas. Tal vez, la única novedad respecto de sus ancestros es que aquellos no se sonrojaban al afirmar su condición de terratenientes, mientras que éstos buscan escudarse en los restos deshilachados de una Federación Agraria que pasó del Grito de Alcorta al grito del Monumento a los Españoles; de defender los intereses de los genuinos trabajadores de la tierra, de los pequeños productores siempre explotados por sus actuales socios, a ser la fuerza de choque y la cara bonita de los verdaderos dueños del negocio sojero.
El telón que se levanta para ofrecernos el espectáculo de una alianza restauradora, de un relato que ya conocimos en el pasado y que hoy vuelve por sus fueros pero envuelto en nuevas vestimentas, engalanado con trajes a la moda, de aquellos que se corresponden con los gustos contemporáneos. Viejas y ajadas retóricas maquilladas y rejuvenecidas por la gramática de un nuevo y virginal republicanismo. Aunque parezcan diferentes, aunque respondan a las actuales estéticas políticamente correctas, aunque logren apropiarse del sentido común a través de la corporación mediática que defiende sus intereses van, hoy, como ayer, por lo mismo: por la apropiación de la riqueza, contra los derechos de los desiguales de la historia y por la conservación de sus privilegios, esos que, nos cuentan, nacieron incluso antes de que alumbrara la patria.
Ellos, que son anteriores a la democracia, se ofrecen, como en otros momentos de nuestra historia, como los garantes de una República seria, capaz de defender los intereses de aquellos que son la esencia de la nacionalidad y los exponentes de un orden económico social que nos devuelva al mito de los orígenes, ese que nos mostró como una potencia ascendente, afincada en el ideal agroexportador, mientras la desigualdad, la injusticia y el privilegio encarnaban en nuestro cuerpo social y político. Ahora, cuando la economía del capitalismo global cruje y se rompe en mil pedazos, cuando el modelo neoliberal se desbarranca y desvela su esencia, nuestros cultores de un republicanismo liberal, asociados a los dueños de la tierra y de los medios concentrados de comunicación, dirigen toda su batería contra un Estado que intenta, con dificultades, recuperar aquello que les fue arrebatado por esas mismas políticas que hoy se vuelven a ofrecer como salvadoras de la patria, cuando no expresan otra cosa que la sempiterna defensa de su propios intereses. Una democracia corporativa que expulsa a millones de argentinos que poco o nada tienen que hacer en el reino de la soja y de sus derivados; una Argentina agroexportadora que se saca de encima a un tercio de su población pero todo en nombre del saneamiento de las instituciones, de una avejentada retórica republicana que no hace otra cosa que expresar la restauración conservadora travestida, ahora y como lo pudimos ver sin sorpresa durante estos días en el Congreso Nacional, en democracia corporativa. Debemos agradecerles, eso sí, que ya no ocultan absolutamente nada de nada... son lo que son y así les gusta mostrarse ante los flashes y las cámaras, coqueteando con volver a ser los patrones de una estancia que, eso creyeron ayer y lo siguen creyendo hoy, siempre les perteneció.
* Doctor en Filosofía, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), ensayista.